Sócrates y la lectura

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Me siento obligado a señalarle que no existe ni puede existir “un método socrático para enseñar a leer”, como asegura Ud. en su artículo “Contagios de lector a lector” (Letras Libres, núm. 117). Tampoco esa inaudita “campana socrática”, para combatir errores de lectura, de que habla al final de su escrito.

La negación socrática a “escribir filosofía” no fue un capricho ni un prurito neurótico. Se debió a la imposibilidad de transcribir la experiencia de la verdad: la theoría, la contemplación de la realidad en sí. En concordancia con esa constatación, Sócrates vio en los libros uno de los peores obstáculos para una genuina labor filosófica.

Para Sócrates –siempre afanado en los rigores de la dialéctica y ajeno a todo lo que fuera simple tertulia– los libros eran letra muerta: objetos incapaces de dialogar, al modo requerido por la verdadera filosofía.

A juicio del ateniense, los textos escritos no eran “maestros muertos”, como les llama Mortimer J. Adler, su inspirador en estos asuntos. Si algo tienen de maestros los libros, no son en esto mejores que cualquier sofista. Como estos, prodigan mucha doxa (opinión infundada) y polimathía (erudición), es decir, las principales fuentes del peor de los males: la ignorancia de quien cree que sabe y, por ello, no procura la verdad. Por eso, aunque parezca extraño, Sócrates condena eso que Ud. llama “vicio de la lectura”, como cualquier otra pasión.

No creo exagerar un ardite, si le digo que imaginar a Sócrates como inventor de un método para enseñar a leer equivale a imaginar a Gandhi como autor de un manual para aprender a usar armas. ~

Atentamente,

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