El mito del Estado mestizo

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Joshua Lund

El Estado mestizo. Literatura y raza en México

Traducción de Marianela Santoveña

Ciudad de México, Malpaso, 2017, 264 pp.

 

Basta leer la primera frase de El Estado mestizo para convencernos de que los cultural studies, en Estados Unidos, parecen hablar de lo mismo que la historiografía latinoamericana contemporánea, pero hablan de otra cosa. Joshua Lund se propuso reflexionar sobre el mestizaje en México a través de cuatro autores: Luis Alva, un raro liberal doctrinario del porfiriato, que en 1883, desde las páginas de El Monitor Republicano y La Libertad, defendió las “colonias mixtas” sin apelar a los argumentos evolucionistas y eugenésicos al uso; Ignacio Manuel Altamirano, específicamente en El Zarco (1888); Rosario Castellanos y Oficio de tinieblas (1962) y Elena Garro y Los recuerdos del porvenir (1963). Casi un siglo, a través de cuatro autores, que marcarían el devenir del discurso y de la política del mestizaje entre el México porfirista y el posrevolucionario.

Dice Lund: “toda nación produce una identidad a través de la cual se expresa su historia como formación política”. Un historiador, Mauricio Tenorio por ejemplo, habría escrito la frase de otra manera: “toda nación produce formaciones políticas, cuyas identidades se expresan a través de la historia” o, mejor, “toda historia produce identidades que se expresan a través de las formaciones políticas de una nación”. Estas disonancias en el lenguaje son expresiones de desencuentros más profundos, a nivel conceptual, que explican el poco entendimiento que suele haber entre la historiografía cultural o política de México y los cultural studies, aunque estudien el mismo tema, en este caso, el mestizaje.

Lund reconstruye con precisión los argumentos de Luis Alva, a fines del siglo xix, a favor de promover una “colonización mixta” que, al tiempo que preservara las tradiciones, costumbres y valores de las etnias y los pueblos indios, facilitara el mestizaje y la “regeneración”, no en términos exactamente darwinianos o racistas. Alva, como José Martí en sus escritos de la misma época sobre la “cuestión indígena” guatemalteca, estudiados por Jorge Camacho en Etnografía, política y poder a finales del siglo xix (2013), proponía una incorporación de las comunidades a la vida moderna por medio de la alfabetización y la instrucción y el acceso libre a derechos sociales, económicos y políticos. No había en Alva aquel énfasis en el “blanqueamiento” o en el perfeccionamiento de la raza, que podía leerse en otros liberales porfiristas como Francisco Bulnes o Justo Sierra.

También se interna Lund en el dilema de la representación del mestizo en El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano. El personaje de Martín Sánchez Chagollán, el mestizo perseguidor de bandidos, personifica el sujeto histórico de la filosofía del mestizaje a fines del siglo xix. A través de Sánchez, Lund explora las complicidades de Altamirano –un liberal de la generación juarista, mitificado por la historia oficial como campeón de las libertades– con la expansión territorial de la soberanía del Estado bajo los gobiernos de Manuel González y Porfirio Díaz. La pastoral del mestizaje, en El Zarco de Altamirano, no respondería tanto a la defensa de la Constitución de 1857 frente al avance del despotismo sino a un gesto más de legitimación de la Pax Porfiriana, como mecanismo de la modernización autoritaria a fines del xix.

Estas glosas, sin embargo, dan pie a conclusiones que, difícilmente, la última historiografía mexicana podrá aceptar. De sus lecturas de Alva y Altamirano, Lund sale con la idea de que todas las estrategias raciales del liberalismo, incluso aquellas que se inclinan a reconocer al indio o al mestizo como actores centrales de la cultura nacional, conducen a la “desindianización”. Y esto podría tener sentido si se operara con un concepto de liberalismo sofisticado, pero no es el caso, ya que para Lund, como para buena parte del marxismo menos heterodoxo, liberalismo es sinónimo de capitalismo. Como ni Alva ni Altamirano rebasan el paradigma del “Estado-nación liberal”, mantienen “un compromiso totalizador con una sola relación social: el capitalismo”.

Si liberalismo es lo mismo que capitalismo y, en su manifestación mexicana, ese modo de producción adopta la “ideología del mestizo”, es lógico que para Lund no haya diferencia entre lo que Andrés Molina Enríquez, José Vasconcelos y Enrique Krauze han entendido por “mestizaje”. Todos esos intelectuales, a lo largo de un siglo, habrían pensado esencialmente lo mismo sobre la composición racial de México y la mejor manera de impartir justicia en un país pluriétnico. Lo mismo a fines del porfiriato, que en el periodo más indigenista de la Revolución, que en las décadas posrevolucionarias de la Guerra Fría, el Estado mestizo, según Lund, aplicó una estrategia de “nacionalización”, entiéndase, de imposición de una ideología racial homogénea, basada en el capitalismo, que intentó destruir o “aculturar” las identidades étnicas de los pueblos originarios.

Esta visión ahistórica se plasma a cabalidad en el capítulo dedicado a Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos, donde se revisan en pocas páginas las políticas indigenistas de la Revolución, de Manuel Gamio a Antonio Caso, del Departamento de Antropología de la Secretaría de Agricultura al Instituto Nacional Indigenista y de Álvaro Obregón a Lázaro Cárdenas. Esa larga historia, definitivamente, no cabe en la conclusión de Lund: “la voluntad de dominio de las élites desconectó a los indígenas de la nación […] Así, lo que básicamente hicieron los protagonistas del ini fue retomar los rasgos principales del derecho positivista liberal y volverlos desarrollistas”. La importante ruptura con la premisa liberal de la propiedad, que implicó el artículo 27 de la Constitución de 1917, la restitución y dotación de ejidos y toda la política agrarista e indigenista de la Revolución mexicana no existen aquí o son asumidas como una fase más de la misma aculturación secular.

En un libro clásico, que publicó la Universidad de Yale luego de la Segunda Guerra Mundial, Ernst Cassirer sostuvo que el Estado europeo, sobre todo en su versión fascista, fue un mito filosófico que se convirtió en realidad política. La idea del Estado mestizo, referida al México porfirista, revolucionario y posrevolucionario, tal vez fue, en algún momento, un mito ideológico de las élites mexicanas, pero hoy es, claramente, un mito académico, no verificable por medio de la investigación histórica. Puede sostenerse desde la teoría de la “guerra de razas”, expuesta por Michel Foucault en Defender la sociedad y Nacimiento de la biopolítica, sus conferencias en el Collège de France entre 1975 y 1980, o con cuatro o cinco novelas a la mano. Pero tiene en su contra la historia de las instituciones y las ideas de la diversidad racial en el México moderno. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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