El egoísmo familiar

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Angelika Schrobsdorff

Hombres

Traducción de Joaquín de Aguilera

Madrid, Errata Naturae & Periférica, 2018, 576 pp.

El nombre de Angelika Schrobsdorff (Friburgo, 1927) se hizo famoso en España en 2016, cuando Periférica y Errata Naturae publicaron de la mano Tú no eres como otras madres, una biografía novelada de su progenitora. El libro, que vio la luz por primera vez en Alemania en 1992, fue todo un éxito tanto allí como aquí. Las mismas editoriales han rescatado ahora Hombres, la novela autobiográfica que escribió en 1961 y que fue su primera obra. Aún quedan ocho novelas y dos libros de cuentos que traducir al castellano.

La estructura y el estilo de ambos son similares e incluso llegan a coincidir en el tiempo aunque profundizan en diferentes historias. Para la parte más complicada –comprender cómo había sido su madre como mujer más allá de lo que ella había podido intuir– contactó con los pocos conocidos aún vivos de su progenitora y recopiló todas las cartas y documentos que no habían desaparecido con los vaivenes de la vida.

En Tú no eres como otras madres, la autora mantiene los nombres auténticos de los protagonistas –no como en Hombres, en donde echa mano de su alter ego Eveline Clausen– entre los que indefectiblemente aparece ella misma. La escritora opera como narradora omnipresente al contar ciertos episodios de la vida de Else, su madre, pero en ocasiones da un salto a la primera persona para explicar cómo le afectaron a ella esos sucesos. La voz de la verdadera protagonista solo aparece en primera persona en las cartas que escribe.

El escenario de la historia es perfecto para componer una novela de impacto. La primera mitad del siglo XX en Europa fue tan trágica y horrible que cualquiera que lo haya vivido tendrá un relato tremendo que contar. El caso de Else puede resumirse en una caída en picado de la comodidad más egoísta a la desgracia casi absoluta.

Hija de judíos acomodados, su condición religiosa siempre estuvo por debajo de su arraigo en Alemania y no tuvo demasiados reparos a la hora de cambiar de credo, algo que fue muy beneficioso para ella. Su infancia fue feliz y durante su juventud se dedicó a vivir con júbilo los años veinte, a gozar del amor y el erotismo con libertad y a codearse con las élites culturales de la burbujeante capital alemana. Sus tres hijos, Peter, Bettina y Angelika –cada uno de diferente padre– y un amplio grupo de amigos fueron los mejores frutos de aquellos tiempos. Por su capacidad de negación de la realidad, tardó en aceptar el éxito del nazismo y escapó a Bulgaria por los pelos. El destierro fue calamitoso y aquella alegría nunca volvió. “La vida es como un bumerán” fue uno de sus mantras finales.

Tú no eres como otras madres revive los años anteriores al inicio de Hombres, donde la escritora ya está exiliada cuando arranca la historia. Está empezando a dejar atrás su infancia, aunque tanto su mente como su cuerpo se resisten a entrar en la adolescencia. “Siempre fue una niña complicada” es la explicación que ofrece su madre a las personas que se extrañan de su comportamiento.

Aquí su voz ya es en primera persona y en su relato ahonda en las anécdotas que aparecen de forma secundaria en la biografía de su madre, que en esta ocasión aparece como un personaje secundario, aunque importante. Schrobsdorff no siente compasión por ninguna de las protagonistas de los libros (su madre y ella misma). Las disecciona sin piedad y acusa sus peores defectos. Las dos son sumamente egoístas, y aunque ese rasgo fuese producto de las circunstancias, no las justifica.

Para ella, su peor pecado es el uso de la admiración y deseo que provoca en los hombres –de ahí el título– para conseguir lo que quiere. Bien sea una comida en un lujoso restaurante en los tiempos de escasez de Bulgaria o protección ante el régimen comunista por parte de los estadounidenses, su atractivo es su herramienta y la atención masculina su alimento. “Volvía a repetirse aquel sentimiento en mi interior, se asemejaba a la embriaguez y hacía que mi corazón latiese con más fuerza. El valioso sentimiento de sentirse poderosa”, escribió.

Solo las perdona cuando, por fin, toman conciencia del daño que han hecho a sus seres queridos por creerse el centro del universo, aunque no se lamenten del todo (su egocentrismo no les había venido mal). Else lo resumió bien en unas de sus últimas palabras: “Yo solo veo mis errores y nada, absolutamente nada, en lo que pueda sostenerme, de lo que pueda decir que estuvo bien y fue decente. No obstante, a veces ni siquiera me arrepiento. Fue, a pesar de todo, bello.” ~

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Es periodista y crítica literaria.


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