Notas alegres sobre algunas características típicas del pueblo mexicano

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I. De la lógica de los taqueros
     Advierto, en primer lugar, que simpatizo con los taqueros tanto como admiro, disfruto, adoro su arte: los tacos. Sólo cuestiono su capacidad lógica. Cuando vamos unos amigos a una taquería y pedimos, por ejemplo, tres de pura maciza con cilantro y cebolla, tres de nana con todo, cinco de carnitas con chicharrón y tripas y siete mixtos, llegan tres de maciza sin cilantro ni cebolla, tres de nana sin nada, siete de chicharrón con maciza y cuatro de bistec.
     A mí los de pastor me gustan bien doraditos, con poco cilantro, sin cebolla casi, rebosantes de piña y con salsita. Pero mis decepciones en incontables taquizas son tantas, que ahora me resigno a pedirlos bien doraditos, con todo y prepararlos yo mismo en la mesa. Inútil. Llegan crudos y sin nada.

 
     II. De la estética de las chachas
     Advierto, en primer lugar, que respeto mucho el trabajo de las señoras del servicio, que me digno de nunca haberme conducido despóticamente con ninguna de ellas y que trato de remunerarlas lo mejor que puedo para un oficio para el que me declaro negado. Sólo cuestiono su vehemencia para las propuestas estéticas.
     Naturalmente chacharero y despótico como soy, me gusta que cada cosa quede, después de la limpieza, en su sitio, pues de lo contrario se me desordenan el pensamiento y la escritura (cuando soy capaz de ejercerlos). No señor: los charros de petate que me traje de Lagos de Moreno van a dar donde está la matrushka rusa y viceversa, las tortugas de nácar mudan de sitio con los armadillos de madera, los muebles cambian de lugar, y así todo.
     Un día le pedí a una que por favor dejara en el centro de la mesa la maceta con violetas en el lugar del cactus y me refutó con una sonrisa: “Es que usted no está para saberlo, pero se ve mejor así su casa.”

 
     III. Sobre los albañiles voyeurs y chifladores
     Advierto, en primer lugar, que simpatizo con los albañiles, pues llevan una vida tan pesada como todo lo que cargan, porque construyen mansiones y grandes edificios toda la vida para vivir en casuchas, porque tienen que emborracharse los fines de semana con alcohol del 96 mezclado con refresco, pero abomino su costumbre de chiflarle y gritarle “¡Mamacita!” a cuanta mujer pasa ante sus ojos y sus narices. Por eso me dio gusto una vez que una mujer aguerrida enfrentó a uno de estos voyeurs dizque envalentonados: “¡¿Por qué me chiflas desarrapado y piojoso?! ¿De veras quieres ser mi galancito? Primero límpiate los pantalones y demuestra que los tienes.” Ante mi asombro, el albañil se sonrojó y se puso a untarle mezcla a los ladrillos. Y sus colegas se burlaron de él.

 
     IV. Por aquí derechito y luego a la izquierda sale…
     Sin duda, y lo aprendimos de los griegos más antiguos y venerables, el saber proporciona placer. Lo que no comprendo es por qué en México cuando uno pregunta dónde está equis calle, el o los ignorantes informantes experimentan placer dictando instrucciones confusas o de plano falsas. ¿Por engañar? No lo creo. Parece más bien una cuestión de ego y orgullo. No pueden admitir que no saben. Entonces les da por inventar: “Por todo ésta, mire, derechito, luego dos vueltas a la izquierda y ya llegó.”
     Como contraparte, existe el guía bienintencionado. Una vez la madre de un amigo estaba extraviada en la colonia Peralvillo y preguntó, en perfecto francés, a dos gordos, caguamas en mano, por la calle Debussy. Se miraron atónitos uno al otro, sin decir nada. Hasta que uno de los dos reaccionó, le dio una palmada en la cervecera panza al otro y dijo: “¡De busi, güey! ¡De busi!” –

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fue un poeta, narrador, ensayista, crítico musical y ajedrecista mexicano.


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