¿Quién quiere leer superrápido?

La oferta creciente de cursos y aplicaciones para aprender a leer más rápido es consecuencia natural de una sociedad que acepta que, como el tiempo es dinero, no hay que perderlo por nada del mundo. Pero leer es como comer o tener sexo: el esfuerzo por hacerlo lo más rápido posible no puede ser bueno para nadie.
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Los métodos y técnicas de lectura rápida no son algo nuevo, pero en los últimos tiempos experimentan una especie de auge. Cursos online y aplicaciones para teléfonos y tabletas prometen multiplicar en poco tiempo la velocidad de lectura sin perder por el camino capacidad de comprensión. Quienes los dictan aseguran que leer rápido es fundamental para no perder el tren de la sociedad de la información en la que vivimos, ya que quien pretende crecer en su carrera profesional debe incorporar cada vez más datos en una cantidad de tiempo limitada: la misma de siempre.

Demos eso por cierto. Aceptemos que los empresarios, ejecutivos, científicos, técnicos, abogados y cualesquiera otros profesionales necesitan leer cada vez más para estar al día, y que por ello sueñan con hacerlo como Johnny 5, el robot de la película Cortocircuito. Pero ¿qué pasa con la literatura? Pareciera no tener mucho sentido el afán por leer una novela a toda velocidad. Se supone que la literatura es otra cosa.

Sin embargo, hace dos años, para el lanzamiento de Go Set a Watchman —traducida como Ve y pon un centinela, la segunda novela de Harper Lee, autora del clásico Matar a un ruiseñor— la editorial londinense William Heinemann organizó una lectura pública particular. Quien leería el libro sería la británica Anne Jones, seis veces campeona mundial de lectura veloz. Sí, existe un campeonato mundial de lectura veloz.

Y así fue: Jones se presentó en la librería Forum Books, en Corbridge, un pueblo en el norte de Inglaterra, y leyó las casi trescientas páginas de Go Set a Watchman en 25 minutos y 31 segundos. Cuando terminó, dijo: “Quiero leerlo otra vez, es estupendo. Es divertido en algunos puntos y obviamente también tiene cosas muy serias, pero no creo que decepcione al público, creo que les encantará”.

 

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Ya en 2007 Anne Jones había participado en una experiencia parecida. Contratada por el periódico británico The Sun para reseñar antes que nadie Harry Potter and the Deathly Hallows, la última entrega de la saga, leyó sus 608 páginas en 47 minutos y un segundo. “Sin ser muy crítica, el argumento parece un poco complicado, pero yo no habría cambiado una palabra”, expresó Jones después.

Por esa lectura, a Jones se le atribuye el récord mundial de velocidad: 4.251 palabras por minuto. ¿Eso es muy rápido? Se estima que el ritmo normal de una persona habituada a leer es de unas 250 palabras por minuto. De modo que Jones leyó el último tomo de Harry Potter 17 veces más rápido que los lectores normales, como ustedes o como yo.

El precio a pagar, evidentemente, es la comprensión. Según los registros, el nivel de Jones en este sentido alcanzó un 67 %. Es decir, entendió dos tercios de lo que leyó. Se puede considerar que no es poco leyendo a esa velocidad. También es cierto que si después se ha de hablar de cualquier cosa de la que se entendieron las dos terceras partes, no queda otra que hacerlo “sin ser muy críticos”.

No obstante, hay personas que le disputan a Jones el título de lectora más rápida. Más aún, pretenden hacerla quedar como una mera principiante. Un estadounidense llamado Howard Berg dice que es capaz de leer 25 mil palabras por minuto, es decir, cien veces más rápido de lo normal. Y una filipina de nombre María Teresa Calderón afirma que puede leer 80 mil palabras por minuto, y con una capacidad de comprensión del 100 %. Equivale a leer una novela promedio, de unas 200 páginas, en un minuto, o menos. En lo que ustedes o yo tardamos en leer una página, ella dice leer 320. Eso sí que es aprovechar el tiempo.

 

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Estos supuestos logros sobrehumanos son solo el aspecto más curioso de la tendencia que destacábamos al principio: la proliferación de cursos y apps para leer más rápido. Esta búsqueda es coherente, sin dudas, con una sociedad convencida de que el tiempo es dinero y que el dinero es lo único que importa, un sistema que propone como modelo de vida deseable el estar siempre ocupado y sin dejar de correr de un lado al otro, que ofrece vitaminas y ansiolíticos como método para mantener ese ritmo, un sistema en el que leer literatura equivale casi a perder el tiempo.

Como respuesta a esa sociedad estresada y estresante, a mediados de la década de 1980 nació el llamado slow movement, el movimiento lento, una corriente cultural que promueve escapar de la tiranía del tiempo, reducir el apego a la tecnología y disfrutar de las cosas simples como la comida, los paseos, estar con otras personas y, claro está, la lectura.

En 2014, en Nueva Zelanda, se creó el Slow Reading Club, un “club de lectura lenta” que propone a sus socios el plan más simple del mundo: reunirse en un café, apagar los teléfonos y dedicarse, en silencio, a leer. Parece un grupo de recuperación de adictos, y de algún modo lo es; hay gente tan ocupada que necesita de algo así para sentarse a leer. El club ya tiene sedes en Londres, Ontario, Denver, Madrid y Shizuoka (Japón).

Y, en realidad, la lectura que propone el club neozelandés no es lenta, sino a velocidad normal. Sucede que lo normal parece lento cuando se la compara con lo frenético de las vidas de quienes necesitan ir allí para tener un rato de paz. La verdadera lectura lenta es la que se propone como una reducción deliberada de la velocidad normal de lectura, con el fin de “incrementar la comprensión y el placer”. Es otra tendencia que también va aumentando sus adeptos.

 

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En una charla realizada en Barcelona en 2011, la escritora Nuria Amat contó que le gusta leer en la cama y, según el cronista de El País, “saboreando muy lentamente las historias que le gustan”. “Te acercas a la lectura tántrica”, le comentó su colega Sergi Pamiès, otro de los ponentes. “Yo soy de sillón y voy muy deprisa si me gusta; eyaculación precoz, vaya”, bromeó.

Hay quienes naturalmente leen más lento y quienes más rápido. Lo más sensato, en cualquier caso, es que cada uno siga su propio ritmo. Leer es como comer o tener sexo: no hay una velocidad estándar, pero está claro que esforzarse por hacerlo lo más rápido posible no puede ser bueno para nadie. El placer no está en la cantidad ni en lo que se tarda en terminar, sino en el modo en que las palabras se deshacen en los ojos, como un manjar en la boca. Los que viven tan rápido que no tienen tiempo para leer, los que aspiran a leer miles de palabras por minuto, los verdaderos eyaculadores precoces, ellos se lo pierden.

 

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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