La lista como poesía

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Gabriel Zaid

Cronología del progreso

Ciudad de México, Debate, 2016, 208 pp.

Prometeo responde a los dioses: “convertí a los hombres, de niños tiernos, en seres racionales. Veían sin ver, oían sin oír. Todo les ocurría por azar y lo ignoraban todo. Yo les descubrí los astros, los números, la ley, la escritura y la memoria”. Pero la hybris de un dios es caso anómalo. La historia se tardó mucho en volverse prometeica. El mundo cambiaba, pero la idea de progreso era ajena a las culturas tradicionales. El “hombre nuevo” de san Pablo pasa de un estado a otro de golpe, súbitamente, no de modo gradual. Y todavía santo Tomás se enojaba con los monjes espirituales porque operaban una idea confusa: Dios y el acceso al paraíso están ahí siempre, eternos, pero si se añade la idea del tiempo y la progresión, el hombre queda obligado a convertirse en constructor del mundo, cuando todos saben que es de Dios. De pronto, el progreso se instaló como si fuera un dato evidente y como si lo hubiera sido siempre, al grado de que se trata ya no de una idea sino el modo mismo de pensar al hombre, al mundo y a la historia. Hay un culpable: la fe en la historia como progreso empezó con Joaquín de Fiore, dice Gabriel Zaid.

El progreso es el mito de la esperanza y la desesperación de los humanos, a la vez redimidos y condenados por la responsabilidad sobre algo que supera por mucho sus fuerzas. Pero el progreso también es descripción: un tractor puede más que una yunta de bueyes, que a su vez puede más que un hombre con un arado de palos, un Estado es preferible al caos, la ley es progreso respecto de la violencia. Las descripciones mismas suelen verse como progreso (del lógos) sobre el pensamiento mágico (el mito). Y la ciencia tiene su propia mitología. Solo que no la ve, pero pasa por la física como misterio: si toda energía se degrada, ¿por qué surgen órdenes nuevos, esas formas que Schrödinger llamó “entropía negativa”? No se sabe, pero de reordenar la entropía obtenemos progreso. Desafía a los dioses y a la física que surja el pulgar oponible, el intercambio de regalos, la invención del año, el aforismo, las guarderías, la bicicleta, la Noche transfigurada de Schönberg, el trasplante de bóveda craneana y, encima, la estrambótica capacidad de transformar ruidos corporales y gestos en signos y acuerdos. Pero la cosa no queda ahí. Zaid afirma que el progreso reordena la moral y que “progresa tanto que rebasa la capacidad material”. Hace eco de Baudelaire: la verdadera civilización está en “la disminución de las huellas del pecado original”. La naturaleza cambia, pero no progresa. Un ser natural, la especie humana, inventó que se puede ser mejor que la propia naturaleza. Y para eso vive el ser humano.

Cronología del progreso es un libro muy breve: doce ensayos y una cronología; si se toman en cuenta los índices, poco más de doscientas páginas. Es retorno a temas constantes, pero es al mismo tiempo su reverso. Es decir: se trata también de una crítica, pero el tono, la composición, la estructura de este libro forman algo nuevo. Digamos que se trata de una antropodicea: una argumentación que justifica la existencia humana en tanto bien: “Progreso es toda innovación favorable a la vida humana” es la definición primaria. Y articula otras tres: “cambio, tiempo y mejor”. Y tiene dos aspectos: “gradualidad y rumbo”. Este plectro imaginario nos parece hoy lo más natural del mundo: así se piensa, así se dan la vida y la historia. Pero es pura fe.

El libro está tomado por una indeclinable intuición, como clave que afina toda la partitura: que el progreso transforma la naturaleza humana en algo que no es naturaleza. Progreso no solo son las cosas que hacemos sino lo que suponemos ser. ¿Existe un progreso moral? ¿Cómo negarlo? Y no es que Zaid suponga que somos cada vez mejores. Es que nos las arreglamos para irnos prohibiendo la crueldad, el abuso, las injusticias… con procrastinación desesperante, con retrocesos también, pero de modo insistente y constante.

Zaid cree –y ofrece razones para creer– que el progreso terminará con la pobreza, el hambre, la guerra (todas, cosas que se pueden remediar ya, de hecho, por razones materiales) y hasta halla verosímil un gobierno global… Pero no lo explica y quizá no haga falta: tendría que tratarse de un gobierno que controlara la violencia, no la actividad política ni las conciencias, o que hiciera algo más que globalizar las clases políticas en su estado actual. Tendría que ser una antítesis del Big Brother y de los totalitarismos, porque, de otro modo, habría sido mencionado en otro registro, el que se usa en El progreso improductivo, donde originalmente conocimos como querellas varias ideas económicas y políticas que Zaid comenzó a defender solitariamente en los años setenta y que se han vuelto parte de la sensatez común. Muchos aspectos que fueron debate en El progreso improductivo, en esta Cronología del progreso reviven en forma de conversación y admiraciones. Aquel me parece un libro fundamental. Este me gusta más: es pensamiento sonriente y sorprendido, alegre y ágil. Igual de crítico, pero en distinto tono y mayor rango.

Zaid ha dicho que la inteligencia no es algo privativo de uno solo; es algo en lo que uno participa. La humanidad mete patas, corta cabezas, incendia su casa y logra hacer escasos los bienes que abundan. La ignorancia, la estupidez, el error nos amenazan desde adentro y nos acosan desde el mundo, y la crítica tiene la función de mantener a raya las tenazas y aguijones de los acólitos del progreso. No tiene nada de raro que los intelectuales, filósofos o científicos miren las cosas con la actitud que acompaña a la postura de saber, la de aquel que no se deja sorprender, porque la sorpresa es cosa de quien ve por primera vez, es decir, de ignorantes y de niños, que no saben. Pero Zaid no escribió un libro de las cosas que sabe sino sobre las que va hallando.

No recuerdo dónde dijo Borges que el poema más bello tendría que ser una lista. De un tiempo para acá, Zaid ha sido parco con sus versos, pero no con la poesía. La cronología –una secuencia de momentos y un ejercicio de admiración de las cosas notables en el mundo, que no son hechas por el mundo– parece una obra poética: la creación, la invención, los descubrimientos, la buena suerte se van alternando como voces y, en determinados compases, vuelve la marca de la población mundial como bajo continuo: un puñado de monos desnudos, luego son dos millones, veinticinco millones, mil millones y hasta los siete mil millones de hoy. La sola cantidad haría pensar en bacterias: somos una infección en el globo. Pero la reproducción de esta especie excreta artes y ciencias, tecnologías y creencias de todo tipo y le urge controlar y alentar la tentación de ser eterna.

Todo ensayo es digresivo. Pero es rara una digresión que abrevie y precise. Como lector de Zaid, no me explico cómo resistió las ganas de alargarse en las minucias. Me resulta notable el equilibrio entre la tentación del microscopismo y la del cosmonauta. Su principal reto no es la Weltanschauung sino el entusiasmo: la disciplina para no dejarse ir con su entusiasmo. Quiso un libro sin hilos sueltos, rebabas ni sobrantes. Y que viajara desde el temor al rayo y la domesticación de la lumbre hasta el miedo al estallido nuclear y la domesticación de la informática. Y lo más importante: el libro no pide la admiración para el autor sino para lo que el autor admira: la necia renovación con que los humanos inventan el mundo y el bien. ~

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(ciudad de México, 1962) es poeta y ensayista.


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