Fotografía: AP / José Luis Magaña.

El extraño caso del candidato Fox y el presidente Hyde

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La jornada electoral de 2000 fue ejemplar. Parecíamos Suiza: el IFE dio los resultados en tiempo y forma; casi simultáneamente, el presidente felicitó al ganador, y el partido en el poder, tras décadas de ejercerlo de manera discrecional y autoritaria, aceptó los resultados. Por una vez en nuestra historia, la clase política se comportó a la altura del anhelo de cambio de la sociedad mexicana. La alternancia era condición indispensable de nuestra transición a la democracia. Y contra pronóstico –baste recordar a Fidel Velázquez, siempre lozano, amenazando con el uso de las armas antes que dejar el poder por las urnas–, esta se realizó de manera tersa y civilizada. El PRI, Lampedusa colectivo, camaleón sin sentido del ridículo, hizo una última graciosa pirueta y salió del escenario (ahora sabemos que para preparar su regreso desde una doble pinza: el poder regional y el poder mediático).

Vicente Fox, espléndido candidato, ocurrente, ágil en el debate, atractivo para la prensa, logró vencer con un único mantra, que muchos le compramos con nuestro voto útil: limpiar Los Pinos de tepocatas (lástima que a ninguno se nos ocurrió verificar su existencia zoológica). Ya antes había logrado imponerse como candidato a los doctrinarios de su partido gracias a un detalle: ¡se les adelantó por seis años! en una suerte de gobernador-candidato; otra lección aprendida por Peña Nieto.

Y así, cuatro décadas de lucha contra el sistema (en una lista desordenada de sustantivos: Tlatelolco, sismos del 85, corriente democrática, Chihuahua 1986, Salvador Nava, Cárdenas, Maquío, Luis H. Álvarez) cristalizaron en un Golem de casi dos metros de estatura, botas de punta fina, cinturón de hebilla de plata, modales de rancho en traje de ejecutivo de la Coca-Cola y una sideral ignorancia.

En una vieja hoja contable pondríamos entre sus haberes dos aportaciones sustantivas: la creación del IFAI y el clima de respeto a la libertad de expresión. No son aportaciones menores: ahora los ciudadanos tenemos el derecho de saber en qué se gasta el gobierno el dinero y la libertad para discutirlo sin tapujos públicamente. El sano hartazgo colectivo con los viáticos, seguros médicos privados, pensiones millonarias, camionetas y celulares, ayudantes y cortesías, aguinaldos desbordantes, viajes de trabajo al Caribe, vales de gasolina y demás prestaciones de nuestros politicastros nace de esta nueva fuente de información. Por fin somos conscientes de que los gastos de un gobierno son con nuestro dinero. De una caja de clips a una pista de hielo.

Lamentablemente, estos dos haberes extraordinarios no compensan el balance de un sexenio negro. Los deberes son inmensos: políticos, económicos, morales. Ya desde su toma de posesión cometió dos errores que lo enemistaron con la clase media del país, su granero de votos natural y amante de las buenas formas presidenciales: besó un protagónico crucifijo y saludó coloquialmente a sus azorados hijos.

Para resolver la falta de cuadros técnicos y políticos, carencia lógica en cualquier partido de oposición dado el monopolio del poder ejecutivo ejercido por el PRI, hombres libres capaces de regenerar la vida política del país con nuevos y democráticos usos, no se le ocurrió mejor idea que recurrir a unos inasibles head-hunters, cuyo resultado se tradujo en un equipo inconexo, desigual, amorfo, donde ni Sari Bermúdez ni el Rey del Ajo eran los peores.

Traicionando el bono democrático que le entregamos el 2 de julio del 2000, Fox dejó vivos los resortes del sistema corporativo; a lo Kirchner, quiso imponer a su mujer (exvocera) como candidata de su partido y además intentó despejarle el camino obstruyendo con maniobras de leguleyo la candidatura del líder de la izquierda (lo que le dio una fuerza inusitada); mezcló sus creencias religiosas con los necesariamente laicos rituales del jefe de Estado; no logró consensos para las tan manidas reformas estructurales (laboral, energética, fiscal…), lo que limitó el crecimiento del país a ridículos guarismos. Recordemos que Fox gobernó con una coyuntura internacional favorable para México: crecimiento económico y altos precios del petróleo. Ni así.

Incluso se dio tiempo, tras agotar las obras completas de José Luis Borgués y robarle de la mesita de noche a su mujer las sentencias de la gran Rabina Tagore, de pelearse con el candidato de su partido y el opositor, los gobernadores priistas y las bases panistas, la prensa de la capital y los productores rurales, EU y Cuba.

Estamos hablando de un gobernante cuyo vocero tenía que empezar sus declaraciones con la ya inmortal frase “lo que el presidente quiso decir”; de un hombre que pensaba que la rebelión chiapaneca la podía arreglar en quince minutos, con la “entrañable transparencia de su querida presencia”, de un estadista cuya oficina en su Centro Fox, en San Cristóbal, Guanajuato, imita el despacho presidencial.

La democracia, como el mejor medio de alcanzar el poder y práctica cotidiana, sufrió un duro revés con la polarización de las campañas del 2006, en las que Fox no fue un árbitro imparcial sino un activo promotor de su partido, pese a la distancia personal con el candidato. De ese encono nacerán las peores decisiones del candidato derrotado (cerrar Reforma y declararse presidente legítimo) y del presidente de Calderón (legitimarse a través del uso policíaco del ejército). Lodos de aquellos polvos. ~

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(ciudad de México, 1969) ensayista.


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