Dos lecturas del Tarot

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En los últimos meses, el análisis del mundo empresarial estadounidense semeja una segunda lectura del tarot en la que se descubre que todas las cartas fueron mal interpretadas la primera vez, para vergüenza del adivinador y lamento del consultante. Lo que se leía como prosperidad y felicidad sin límites resultó ser un augurio de tragedias, bancarrotas y escándalos.
     Parecía muy sencillo leer las cartas: el futuro les pertenecía a las empresas que entendían el mantra de la "nueva economía" y, entre éstas, las favoritas eran las que prometían recompensas que en otro tiempo habrían sido inimaginables. No sólo había que vender el futuro, era necesario vender la mejor versión del futuro. En la lectura optimista de este tarot, la ecuación era sencilla: mientras más atrevido, mejor. Después de todo, era la forma estadounidense de hacer negocios.
     No es la primera vez que se rompe una burbuja, y probablemente no será la última. Empero, ahora las cartas se leen en forma completamente distinta, y es inevitable que paguen justos por pecadores. El sueño de Ken Lay de convertir Enron en la mayor compañía de energía del mundo, o el de Bernie Ebbers de hacer de WorldCom el principal proveedor de telecomunicaciones a nivel mundial, ya no parecen estrategias geniales sino meros delirios megalomaniacos, sustentados en maniobras en los límites de la ley, y, en ocasiones, simplemente ilegales. No sirve de nada recordar que los medios y decenas de analistas alabaron su ingenio y su atrevimiento: estos héroes de la nueva economía fueron rebasados por la vieja, y las multitudes de inversionistas defraudados se aglomeran pidiendo sus cabezas.
     La carta del loco, que antes representaba la energía de miles de pequeños inversionistas que esperaba, en la jerga del Partido Republicano, ser encauzada, ahora representa la parálisis de los que no se atreven a volver a poner su dinero en la bolsa. The Economist observa, agudamente, que muchos suspendieron voluntariamente el escepticismo con el que se deben cuidar las inversiones, alentados por la promesa del dinero fácil. Sin embargo, es muy difícil saber cuándo lo están engañando a uno, sobre todo si el engaño se presenta en la forma de un estado financiero que supuestamente cumple con la ley. En el caso concreto de Enron, WorldCom y Adelphia, los accionistas no se engañaron a sí mismos: fueron  víctimas de un fraude.
     Esto lleva a la carta de la justicia, que representaba la confianza de los inversionistas en un gobierno siempre vigilante, capaz de hacer cumplir la ley, pero que ahora parece incompetente y, en algunas versiones, corrupto. Es posible que el gobierno estadounidense no haya tenido la capacidad de vigilar todas las transacciones del mercado, poblado por miles de pequeños inversionistas, además de empresas y estrategias que cambiaban de la noche a la mañana. Es posible también que, por un sesgo ideológico, haya dejado que las empresas actuaran con un margen de libertad inaudito. Al final del día, el hecho es que el gobierno no pudo evitar que, en el afán de embellecer los informes de ingresos, para aumentar el precio de las acciones, muchas compañías hicieran desaparecer sus deudas y gastos en el aire.
     Si antaño todas estas cartas estaban hacia arriba, augurando un futuro prodigioso, ahora están de cabeza y presagian solamente desgracias. Puede que sea temprano para afirmar que los escándalos corporativos lo hayan cambiado todo, pero no hay duda de que las nuevas revelaciones han afectado profundamente la idea que la sociedad estadounidense tenía de sí misma, como predijo Paul Krugman en el New York Times después del colapso de Enron.
     Estos fraudes constituyen un ataque directo —y potencialmente fatal para muchas aspiraciones políticas— a los principios morales que le son tan dilectos a la sociedad estadounidense. El presidente que llegó al poder abanderado por la moral cristiana y la consigna de "limpiar Washington" tiene que reconocer que las reglas "no siempre están en blanco y negro", que se benefició financieramente de esta ambigüedad y que sus victorias en la guerra contra el terrorismo no lo pueden proteger de las críticas. Junto con él van muchos otros políticos y celebridades, y no debe sorprender a nadie que todo mundo trate de poner su mejor cara para escapar al desastre —de preferencia, antes de las elecciones de noviembre.
     Mientras escribo esto, la cacería ya comenzó: el gobierno estadounidense mostró en televisión nacional a ex ejecutivos de Adelphia y WorldCom esposados y en camino a los tribunales, mientras que el Congreso ha aprobado nuevas reglas que supuestamente harán más "transparente" el mercado. No hay forma de saber si tendrán éxito o si, cuando menos, son sinceros, pero sí me queda en claro que esta vez no recurriremos al viejo tarot optimista para averiguarlo. El escepticismo ha vuelto, aunque quién sabe por cuánto tiempo. ~

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