Cátedra Joaquín Xirau

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El pasado 26 de octubre, en la Universidad de Barcelona quedó establecida formalmente la Cátedra Joaquín Xirau para el fomento de las humanidades y las artes, en memoria del filósofo catalán exiliado en México. He aquí algunos fragmentos de la Conferencia que, con ese motivo, pronunció el rector de la UNAM, doctor Juan Ramón de la Fuente.
      
     Joaquín Xirau fue uno de los filósofos más importantes que llegaron a México como consecuencia de la Guerra Civil Española en 1939. Nacido en Figueras, capital del Alto Ampurdán, en 1895, Joaquín Xirau se licenció en filosofía y letras, así como en derecho y ciencias sociales, precisamente en estos recintos, y se doctoró posteriormente en Madrid, en filosofía y en derecho.
     Xirau formaba parte de la segunda generación de filósofos catalanes —junto a Luis Recaséns Siches y Juan Roura Parella—, que influyó notablemente en Eduardo Nicol, José Ferrater Mora, Manuel Durán, y su propio hijo, el muy admirado y querido Ramón Xirau. Todos ellos son muestra viva del espíritu que la sangre catalana ha sembrado en tierras mexicanas.
     Joaquín Xirau fue profesor de la Universidad de Salamanca, de la Universidad de Zaragoza y de la propia Universidad de Barcelona. Impartió cátedra en Óxford, y en 1933 fue nombrado decano de la Facultad de Filosofía y Letras de su alma mater, cargo que ejerció hasta el último mes de la guerra.
     En 1939, como tantos otros intelectuales que se vieron obligados a ello, Joaquín Xirau salió de España y recibió asilo en México por parte del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. En los siguientes años, hasta su prematura muerte acaecida en 1946, Xirau intervino en el desarrollo de grandes empresas culturales como la Casa de España —actualmente El Colegio de México— y en nuestra Universidad Nacional, donde participó muy especialmente en la Facultad de Filosofía y Letras. Allí impartió cursos, seminarios y conferencias hasta el final de su vida. Colaboró también con el Centro que luego se transformó en Instituto de Investigaciones Filosóficas, donde publicó la monografía Lo fugaz y lo eterno, e intervino en la publicación colectiva Homenaje a Bergson, junto con José Gaos, Samuel Ramos y José Vasconcelos: es decir, al lado de varios de los pensadores que, como él, conformaron la tradición filosófica de México en el siglo XX.
     Xirau fue también consejero del secretario de Educación Pública, y contribuyó a la fundación del Instituto Francés de América Latina. Entre sus discípulos destacan Leopoldo Zea, Emilio Uranga, Bernabé Navarro y Raúl Enríquez. Quienes tuvieron la fortuna de conocerlo y de escucharlo, recuerdan que Joaquín Xirau daba sus clases con verdadero "nervio" y pasión, que no excluían, sino al contrario acrecentaban, el análisis detallado y preciso. Tales eran algunas de las manifestaciones visibles de un vasto pensamiento, que abarcó e interpretó a autores tan diversos como Lulio, Vives, Descartes, Rousseau, Bergson y Russell.
     A juicio de varios autores contemporáneos, la obra de Xirau conduce a una ciudad de Dios, en la que ponía sus esperanzas. Para él, el ser no existe en sí, sino que es movimiento y dinamismo. Lo mismo sucede con el valor. Ser y valor se conjugan para que el ser adquiera vida y el valor adquiera, a su vez, carne y objetividad. Esta relación dinámica se alcanza principalmente por medio del eros: "La actitud amorosa —decía— es una realidad específica".
     Joaquín Xirau elaboró una teoría educativa basada en la mayéutica, que hoy resulta reveladora. Para él, educar es, sólo parcialmente, instruir. Porque educar es, ante todo, lograr que el hombre haga surgir de su conciencia las ideas y vivencias que le son propias, esto es, su verdadera identidad. Por ello, educación es a la vez tolerancia y disciplina: es "alimentar y fomentar las fuentes de la vida", es decir, "vivificar el espíritu".
     Educar, para Xirau, es amar, por eso es necesario que el educando sienta la empatía de quien lo educa. En este sentido, le gustaba citar a Raimundo Lulio (a Ramón Llull), cuando afirma: "El amor ha sido creado para pensar".
     El nombre de la cátedra que hoy inauguramos no se podía haber elegido con mayor justicia: Joaquín Xirau simboliza al mismo tiempo lo mejor de la inteligencia catalana y el fruto de la comunicación entre dos culturas; evoca la sólida tradición de la filosofía y también la apertura de sus nuevos cauces. Joaquín Xirau es tradición y vanguardia del pensamiento contemporáneo, que ofrece buenos augurios para los humanistas y los científicos que habrán de venir.
     Joaquín Xirau regresa hoy a su alma mater, a su tierra, para abrir una nueva posibilidad, rica y generosa, que contribuya al desarrollo de nuestras casas de estudio y de nuestras sociedades. Hacemos justicia así a su pensamiento vivo, al pensamiento de muchos catalanes y al de su antiguo rector, Pedro Bosch-Gimpera, quien sentenciara: "Ningún pueblo podrá tener su plena madurez sin una universidad identificada con él": "Cap poble no pot tenir la seva plena maduresa sense una universitat identificada amb ell". –

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