Pensadores y melómanos: Nietzsche y Wagner

Una de las relaciones más conocidas entre un músico y un filósofo quizá sea la bulliciosa y compleja relación entre Friedrich Nietzsche y Richard Wagner.
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“Dar la espalda a Wagner fue para mí un destino.” Así abre Nietzsche el texto con el que se distanciaría del hombre a quien antes idolatró. No fue cosa fácil ni tampoco un impulso, pues pocas heridas hay más grandes que la de separarse de una figura tutelar.  

Wagner y Nietzsche se conocieron en noviembre de 1868. El compositor estaba en el cenit de su carrera y Nietzsche era apenas un joven iniciándose como profesor universitario. Se complementaron de muchas maneras en el terreno intelectual pero el vínculo más fuerte que compartieron, –uno desde la música y el otro desde la filología–, fue su admiración por la filosofía de Schopenhauer.

Para Nietzsche, el compositor fue una fuente de inspiración que permeó buena parte de su obra mientras que para Wagner, el joven filósofo fue un consuelo: la prueba de que, pese a no tener el grado académico que hubiera deseado, alguien de ese entorno avalaba sus opiniones. En Wagner y la filosofía, Bryan Magee hace una recolección de los pequeños versos que escribía Wagner al respecto:

Aquí yace Wagner, que llegó a la nada:

Ni tan siquiera lo condecoró la Orden más miserable;

No pudo ni sacar a un perro de atrás de la estufa;

Ni tampoco obtener (algo equivalente a)

Un doctorado universitario

Por su parte, es innegable la importancia que tenía la música para Nietzsche. Los primeros esbozos de composiciones al piano comienzan a los 12 años y prosiguen durante su juventud. A los 19 ya había compuesto un par de canciones y piezas para el piano y el violín además de tener la determinación de querer ser un músico;  sin embargo, la insistencia de su maestro en la Universidad de Leipzig, Friedrich Wilhelm Ritschl, a incursionar en la filología terminaron disipando cualquier intento serio del joven Nietzsche.

La relación duró varios años y tuvo tintes sumamente familiares: Nietzsche visitaba tan regularmente a los Wagner que en biografías y recuentos de tan célebre amistad incluso se narra cómo la joven promesa de la academia hizo algunos mandados para el compositor y su esposa. Hay también sugerencias de que Nietzsche llegó a enamorarse de Cósima, esposa de Wagner: “En los primeros días de enero de 1889, cuando su mente estaba desintegrándose, le mandó a ésta una carta que contenía sólo las palabras ‘Ariadna, te amo’. Y en el postcriptum irregular y enredado de las últimas cartas que escribió y que iba dirigida a un querido amigo suyo, el historiador Jakob Burckhardt, se lee: ‘El resto es para la señora Cósima’”. Siempre será difícil afirmar algo definitivo sobre los desacuerdos y emociones que acompañaron esta relación, un recuento de los hechos podría estar sesgado por la mala reputación de Wagner, abiertamente antisemita y egocéntrico mientras que otros podrían dejarse llevar por la popularidad de la que goza Nietzsche como filósofo; sin embargo, lo que si podemos observar es la evolución de esta relación hasta la ruptura a partir de las obras del filósofo.

La obra de Nietzsche comienza justamente con El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo, en la cual Wagner ocupa un rol central hasta trabajos posteriores, tales como El caso Wagner y  Nietzsche contra Wagner, textos que podríamos considerar de la ruptura. El nacimiento de la tragedia tiene un prólogo dirigido a Wagner que cierra de este modo: “A esos hombres serios sírvales para enseñarles que yo estoy convencido de que el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida, en el sentido del hombre a quien quiero que quede dedicado aquí este escrito, como a mi sublime precursor en esa vía”. En este texto, Nietzsche hace la división de los principios que nutren a la tragedia griega: el apolíneo y el dionisíaco. El orden, la belleza estética y los límites de Apolo chocan contra el desenfreno y excesos de Dionisio con miras a arrojar, desde la tragedia, un poco de luz sobre el sentido de la vida a través de ambos principios. El coro de la tragedia griega es un “símbolo de toda la masa agitada por una excitación dionisiaca”. Para Nietzsche el “sacrílego Eurípides” es quien rompe con este equilibrio al introducir la comedia ática nueva, que eliminaba o reducía la importancia del coro. De acuerdo con Nietzsche, Eurípides sigue la esencia del “socratismo estético” en el que “todo tiene que se inteligible para ser bello”, modificando así “el lenguaje, los caracteres, la estructura dramatúrgica, la música coral”; estructura que para el filósofo seguía un método racionalista. Se menciona a Sócrates, pues Nietzsche también consideraba que su defensa de la razón causaba el olvido del lado dionisíaco de la vida. Para Nietzsche, los principios apolíneos y dionisíacos se equilibraban a través de los mitos que Wagner revivía en sus óperas, reivindicando así la cultura germánica.

El filósofo Roger Scruton adjudica parte de la ruptura entre ambos personajes a su concepción del fenómeno estético. Nos explica Scruton que, para ambos, el mundo humano necesita justificación, pero mientras que la justificación religiosa carece de sentido, hay aún así una necesidad religiosa. El arte puede satisfacer esa necesidad, ofreciendo una justificación estética. Para Nietzsche, por ejemplo, una justificación estética afirma la vida sobre la decadencia, contra la visión cristiana que, para él, enaltecen virtudes que niegan la vida.

Para Wagner, también existía una justificación estética, pero más que reivindicar la vida, nos redime de ella. Scruton identifica esta idea en “El holandés errante” y “Parsifal”. Toda redención requiere un sacrificio y, así, Wagner genera un proceso moral que involucra al observador, una “concepción Eucarística” que sacrifica a Sigfrido, Tristán y Brunilda, por ejemplo. En esa redención, Nietzsche sentía una invocación a la decadencia.

Las obras de la ruptura son El caso Wagner y Nietzsche contra Wagner, escritos entre 1888 y 1889. Para ese entonces, el filósofo ya había superado la adoración en sentía por Wagner y Schopenhauer. En El caso Wagner podemos encontrar frases como “Y eso que yo era uno de los wagnerianos más corrompidos… capaz incluso de tomarme a Wagner en serio” además de que habla del tema de la redención: “¿Es que prefieren el problema Wagner al de Bizet? Tampoco es que yo lo desprecie, tiene su encanto. Incluso es un problema respetable, ese de la redención. No hay cosa en que Wagner se haya metido tan a fondo, desde luego, en sus cavilaciones: su ópera es la ópera de la redención. Siempre hay alguien que quiere salir redimido, tan pronto una mujercita como un hombrecito: ése es su problema. ¡Y qué ricas variaciones le saca a su leitmotiv fundamental!” mientras que en el prefacio de Nietzsche contra Wagner aclara que dichos escritos “no dejarán duda alguna sobre Richard Wagner ni sobre mí: somos antípodas” y más adelante dice “Ya en el verano de 1876, en plena celebración del primer Festival, dije adiós a Wagner. No soporto la doblez; desde que Wagner estaba en Alemania había ido condescendiendo paso a paso a todo lo que yo despreciaba”. En esta última obra también hace referencia a esta “redención” que señala Scruton: “Richard Wagner, el mayor de los triunfadores en apariencia, en verdad un décadent  decrépito y desesperado, cayó de repente, destrozado sin remedio, prosternado ante la cruz cristiana”.

Después de la gran ruptura con Wagner, en 1882 Nietzsche compone Hymnus an das Leben un trabajo para coro e instrumentos de viento, inspirado en un poema de Lou Andreas-Salomé. Se publicó en 1887 y adaptado para orquesta por Heinrich Köselitz, compositor y amigo a quien Nietzsche se refería con el pseudónimo de Peter Gast. La totalidad de la obra musical del filósofo consiste principalmente en piezas para piano y algunas canciones. Percibido con un aire romántico como compositor, lo cierto es que en vida recibió muy malas críticas, de las cuales destaca la del conductor Hans von Büllow quien, de acuerdo a varios biógrafos, calificó la Manfred Meditation del filósofo como “un crimen en el mundo moral”. Con el paso del tiempo que compositores y músicos han destacado las virtudes de la obra musical del filósofo, el barítono Fischer-Dieskau, quien también ha escrito un libro sobre la relación entre Nietzsche y Wagner, ha grabado algunas de las canciones (lieder), tales como Nachspiel, Wie sich Rebenranken schwingen

y Verwelkt

mientras que este año, el pianista Jeroen van Veen lanzó un álbum toda la música para piano escrita por Nietzsche. 

Pese a las malas críticas, lo cierto es la música jamás abandonaría la vida Nietzsche. Los años antes del colapso nervioso en Turín que lo obligaron a quedar bajo el cuidado de su madre, escribió numerosas cartas a Köselitz repletas de referencias musicales, regresando una y otra vez al tema de su Hymnus an das Leben y la gloria de Bizet. No es de extrañar que, perseguido por una devoradora locura, el hombre que definió el sentido de su vida a través de la experiencia estética se aferrara a su gran pasión, afirmando vehementemente: “Ya no conozco nada, ya no escucho nada, ya no leo nada: y a pesar de todo ello no hay nada que realmente me importe más que el destino de la música”

 

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Maestra en filosofía, publicista y aficionada a la música clásica


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