Los spoilers están ahí fuera

Los spoilers estarán en los titulares de la prensa, se harán obituarios de personajes de ficción y los propios personajes, en una maniobra pseudopirandelliana, exigirán volver a la vida.
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Al igual que los fans de la NBA, los fans españoles de los Óscar trasnochan para ver el espectáculo en directo. Muchos que no pueden intentan verlo la mañana siguiente en diferido: no les vale con enterarse de los resultados, es preciso emular el directo y disfrutar de la experiencia y el suspense. Pero es difícil no enterarse de los resultados. Si tienes la aplicación de algún medio digital en el móvil, te envía notificaciones. Puedes enterarte en el metro, en la calle, en tu Facebook o Twitter. Te lo puede comentar alguien en la oficina. Aunque te estropee la experiencia, esto no son spoilers, son noticias. No se pueden hacer spoilers de la realidad. Al final de El hundimiento, Hitler muere. Al final del caso Bárcenas, este sale de la cárcel.

Y al final de The Jinx, la serie documental de HBO que culminó el pasado 15 de marzo y que investiga los asesinatos del magnate y psicópata Robert Durst, este confiesa. No es un spoiler. La prensa llevaba años investigando su caso desde que en 1982 desapareciera su mujer. También había investigado su posible implicación en otros dos asesinatos en los años 90 y principios de los 2000. Fue portada de periódicos y Jon Stewart hizo bromas sobre el caso en su programa. Pero miles de espectadores que no iban al día con la serie se indignaron cuando la prensa anunció el desenlace. Habían olvidado que las tres muertes eran de verdad. Los familiares de la desaparecida Kathie Durst todavía no saben dónde está su cuerpo. Los policías, periodistas y abogados implicados en el caso tuvieron durante 30 años la certeza, pero no las pruebas, de que Robert Durst era culpable. Pero espérese a que termine la temporada, señora fiscal, y ya entonces haga justicia.

Parte de la culpa la tienen los creadores de la serie. Tanto el montaje como la puesta en escena y dramatizaciones nos empujan a olvidar que se trata de algo real (los huecos que hay en el caso por falta de información los cubre tramposamente el documental con hipótesis y supuestos ficticios). Pero no deja de serlo. El verdadero debate tras su desenlace está en la toxicidad de la cultura del spoiler. La web de cine y televisión Vulture, perteneciente a New York Magazine, ha luchado durante años contra el integrismo de los anti spoilers. Si el humor es tragedia más tiempo, ¿podemos decir ya que Darth Vader es padre de Luke Skywalker? ¿Podemos comentar el final de Perdidos? Stephen King, tras uno de los capítulos más importantes de Juego de tronos, comentó en Twitter la muerte de uno de los personajes. “Venga ya, tíos, si lleva 15 años en los libros, y el episodio se ha emitido hoy”, se justificó ante la avalancha de críticas.

Nuestra forma de consumir televisión ha cambiado. Ya no lo hacemos todos a la vez, todos a la misma hora durante la misma emisión. La charla sobre la serie semanal desaparece frente al consumo individualizado; cada vez es más fácil que haya alguien que no esté el día con alguna serie. Esto no supone ningún problema siempre y cuando seamos capaces de evitar los foros de debate (en la calle, en la oficina, en redes sociales) sobre las series que llevamos atrasadas. Pero cuando penetren más aún en la cultura popular y en el debate público, cuando se pueda hacer titulares sobre ellas (el tabloide New York Daily News develó el final de Breaking Bad en portada), será difícil escapar. Los spoilers estarán ahí fuera, y estarán en los titulares de la prensa. Se harán obituarios de personajes de ficción (Vulture ya hizo uno de un personaje que muere en The Wire), los lectores enviarán cartas al director para que resuciten al muerto que salió en portada, y los propios personajes, en una maniobra pseudopirandelliana, exigirán volver a la vida.

Los giros, las grandes revelaciones, los cliffhangers y demás artificios argumentales tienen un sentido comercial y son el anzuelo para que sigamos una serie. Pero no son lo único que nos hace seguir viéndola. ¿Qué pasa realmente en el final de Los Soprano? No importa. Una buena serie, como dice el crítico Adam Sternbergh, no debería ser un mapa que utilizamos solo para llegar al tesoro. Lo que menos importa de Mad Men es sus revelaciones, si Don Draper es finalmente quien se lanza al vacío desde un rascacielos en la intro de la serie. Lo que importa es observar cómo ese edificio que parece firme va resquebrajándose poco a poco. Incluso una serie como The Jinx, tan basada en pesquisas, tan dependiente de la trama y sus detalles, no es solo eso: es una confesión, similar a la de uno de los torturadores del documental The Act of Killing, en la que importa la degradación moral y lo que lleva a ella. Ya sabemos quién es el asesino. Libres de esa presión podemos explorar su inhumanidad, su psicología, su contexto y las consecuencias de sus acciones (The Jinx lo hace a veces de forma obscena y sensacionalista, otras elegante). Quizá la abundancia de series sostenidas únicamente en sus tramas para captar la atención, y el consiguiente peligro de ser “spoileado”, lleve a los nuevos guionistas a explorar nuevas formas de ficción televisiva que, como Mad Men, The Wire o Los Soprano, se construyen no sobre sus propios giros sino sobre el intento de aprovechar un formato tan amplio (que te permite elaborar historias de 100 horas) para profundizar en sus personajes, historias y contexto. O quizá lo que nos viene encima es una avalancha de spoilers inevitables y lo que hay que hacer es lo que recomienda Vulture: deja de lloriquear y ponte al día. 

 

 

 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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