Los placeres y los días

A propósito de la publicación de Los placeres y los días, una charla con Alma Guillermoprieto sobre su relación con la escritura.
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No sé si los Ted Talks son un gusto culpable, pero el otro día escuché en el Ted Radio Hour de NPR a Zainab Salbi, decir (advertencia: lo que sigue es muy cursi) que mantener el amor en tiempos de guerra es una forma de la resiliencia.

Recién había leído Los placeres y los días de Alma Guillermoprieto, una colección de ocho crónicas que demuestran que el género y su rigurosidad, que escrupulosamente se responsabiliza de las injusticias, también está al servicio de las buenas cosas de la vida. En el epílogo, Guillermoprieto dice: “En tiempos trágicos, la música y el baile son un último reducto de vida y humanidad, y las comunidades afroamericanas, que algo conocen de tragedias, guardan en su seno una reserva lúdica que comparten alegremente con nosotros como una especie de bendición.” Después de estas palabras que resuenan en las de Salbi, Guillermoprieto comenta su crónica sobre la presentación de Buena Vista Social Club en el Teatro Metropólitan. El libro también incluye una entrevista a Celia Cruz que relata la importancia de la salsa en la música y en la política, un texto sobre el tango, mi favorito, que escribió para National Geographic y uno sobre antropología culinaria, entre otros.

En medio de nuestra versión mexicana de la guerra hay que hacer las paces con la humanidad, aunque sea por solo un momento, leyendo recetas como Santo (del Vaticano, si se puede) a la parrilla, y del placer de las harinas, pues por ahí entre la maleza todavía brotan realidades alegres.

A propósito de la publicación de Los placeres y los días por Almadía y la Dirección de Literatura de la UNAM, platiqué con la autora sobre su relación con la escritura.

Parece que te relacionas con el mundo a través de un lente que detecta historias que contar. Después de tantos años de contar historias, ¿encuentras más historias para tu oficio o te has vuelto más exigente?

Gracias por la palabra ‘exigente.’ Creo que en realidad lo que va pasando con los años es que el final de muchas historias se vuelve predecible. (Por eso las personas mayores son tan buenas consejeras.) Yo me meto a una historia para saber como fue que empezó y por dónde va, hacia qué final. Y sí, a estas alturas muchas historias para mí tienen finales más fáciles de adivinar, y sobre todo, orígenes muy conocidos. Pero cuando una historia me sorprende, inmediatamente quiero ir detrás de ella. Eso es tan cierto hoy como hace veinte años.

¿De qué depende de que una historia te interese más que otra y la escribas?

Pues de eso, de la sorpresa y también de la indignación, que es una variante de la sorpresa. El cosquilleo de la sorpresa me gusta. Pero en el fondo, me interesa una historia cuando me dan ganas de contarla. Muchas veces me meto a reportear despues de semanas, o meses, o años, incluso, de contarle a los amigos historias que vi en una nota perdida de un diario, o alguna anécdota absurda que alguien me platicó.

Este libro, Los placeres y los días, reúne crónicas íntimas o periodísticas, pero sobre todo alegres. Estamos poco acostumbrados, pero este género también hospeda lo placentero, ¿cambia, de alguna manera, la forma en la que trabajas, tu relación con el texto o tal vez con el lector, cuando se trata de un texto que no trata hechos terribles?

En realidad las historias que cuentan hechos terribles no son mi especialidad, por así decirlo. Yo soy más bien gocetas, y el libro de Los placeres y los días es una muestra de los textos que he gozado hacer. Pero ha habido momentos, como Centroamérica en los años 80 o México del 2000 para acá, digamos, en que la crueldad y el aspecto monstruoso del ser humano era insoslayable. Contar otra cosa en ese momento me hubiera resultado imposible. Pero en cuanto puedo me escapo del tema. Escribí la nota sobre Celia Cruz que aparece en este libro el mismo año que escribí sobre El Salvador.

Y sí, yo reporteo a las cholitas luchadoras de Bolivia o a los campesinos violentados por la guerra en el país que te guste (¡son tantos!) de exactamente la misma forma: invirtiéndole horas de paciencia. Esto, porque las historias hilarantes y los hechos inconcebibles me producen la misma curiosidad.

¿Cuáles son esas historias que todavía no has podido contar y tienes pendientes, o las que siempre has querido escribir?

En este momento estoy pendiente de que me den el sí para empezar a reportear el proceso de paz en Colombia. Y no me refiero a la firma de los acuerdos de paz entre la guerrilla y el gobierno de Colombia que se dará inevitablemente este año en La Habana. Eso es como la boda. Me refiero al matrimonio que tendrán que construir las dos partes, y al proceso de paz tan conmovedor que ya se está dando a nivel ciudadano: los campesinos que desminan campos a los que no han podido acceder durante años, los grupos que se juntan para tratar de conjurar los traumas de guerra y ejercer el perdón. Es una historia que estoy ansiosa por ver y contar.

 

 

 

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