Cartas del dragón

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Cartas del dragón es un libro descontinuado, cuyo único ejemplar pude conseguir en Interlomas, escondido en el último rincón del último librero de una librería que no visita nadie. Contiene las cartas que Bruce Lee escribió entre 1958 y 1973. Por medio de textos personales, a veces verdaderamente humildes, otras soberbios, el practicante de kung fu transita del tímido estudiante chino que anhela convertirse en médico, al actor consagrado que negocia contratos con los productores de Warner Bros a través de su abogado. Como ocurre con los libros de materia epistolar, las tramas se cortan sin que lleguemos a conocer las resoluciones y los personajes aparecen desfigurados; el final es abrupto, al mismo tiempo anticlimático y triste. Una vida en ascenso interrumpida por un edema cerebral inesperado. Subrayé algunas líneas para armar una imagen en espejo, aunque distorsionada, de ese actor que tanto admiré en la niñez.

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Bruce Lee escribe a un “amigo no identificado”, en 1959, desde el barco que lo llevaba de Hong Kong hacia Estados Unidos: conoció a un hindú agradable a quien le enseñó a bailar chachachá; hasta las coca colas cuestan dinero, así que él prefiere beber agua del grifo; le tomó varios días descubrir que podía regular la temperatura en la regadera: se bañaba hasta quemarse.

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Aspira a establecer el primer instituto de kung fu en Estados Unidos, un arte marcial que ha desempeñado gran influencia en la formación de su carácter. Escribe a uno de sus primeros discípulos en 1962: “… el rigor inflexible es compañero de la muerte, y la blandura que cede es compañera de la vida”, el bambú sabe que es fuerte quien aprovecha la fuerza de su adversario.

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Desde Hong Kong, en 1965, escribe a su esposa Linda: no va a comprarle ropa porque es inútil si ella no está presente, lo que sí le comprará es un anillo, manuales de cantonés, y necesita que le diga cuál es la talla de su cabeza porque quiere llevarle una peluca.

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En 1966 recibe clases de arte dramático y vive en Los Ángeles. Le entusiasma la posibilidad de contar con alumnos como Steve McQueen o Paul Newman; El Avispón Verde comenzará a rodarse pronto. Va a mudarse, por fin, a un departamento muy elegante, en un edificio de lujo de 27 pisos, con una piscina de dimensiones olímpicas, y en donde, por cierto, también viven Batman y Robin.

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Le escribe al productor de El Avispón Verde: considera que el personaje que él interpreta, Kato, debe decir algunos diálogos y no estar mudo todo el tiempo: él ha aprendido lo eficaz que resulta la sencillez, pero para practicar la sencillez en necesario tener algo que decir. Luego responde la carta de una de sus primeras admiradoras: en primer lugar, él no practica karate. En segundo lugar, eso de romper tablas y ladrillos “no son más que simples números de exhibición” y no se lo recomienda a nadie: si quiere romper algo, que utilice un martillo.

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Dedica un día entero de 1967 a perseguir a Bo, su perra gran danés, para que ella tome el aceite de hígado de bacalao que necesita; duerme con Bo en la cama; Bruce Lee ocupa el espacio de Linda, su mujer, y Bo el espacio de él.

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En 1969 se acaba de comprar una casa en Bel-Air con medio acre de terreno. La negatividad, considera, al dirigirse a un amigo deprimido, se nos echa encima antes de que nos demos cuenta. No importa lo que sucede, sino cómo reacciona uno hacia lo que sucede.

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Tiene la intención de hacer un programa de televisión de defensa personal destinado a las mujeres en 1970. Será importante conseguir noticias sensacionalistas sobre agresiones para infundir ese miedo que puede traducirse en lecciones presenciales

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Conoce Suiza, aprende a esquiar y se hospeda con gente del jet set. “Se pasan casi todo el día bebidos y son más bien tontos”. Hay algunos aficionados al karate con quienes se entretiene, pero, fundamentalmente, se aburre y calienta el asiento escuchando música ruidosa.

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Viaja a Hong Kong, con Brandon, su hijo, que pasa cuatro noches sin orinarse en la cama aunque sólo le gusta la comida occidental.

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Desde Pakchong, en Tailandia, donde filma una película en 1971, asegura que a los lagartos puede no hacerles caso pero las cucarachas son una amenaza constante.

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El artículo que han escrito sobre él le provoca sentimientos encontrados, ahora que es famoso extraña la sencillez y la intimidad. No recrimina al autor. Sólo necesita desahogarse.

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El 20 de julio de 1973, unas horas antes de morir debido a un edema cerebral, escribe a su abogado: necesita hablar con él sobre unos contratos, pero que tendrá una semana con muchas actividades durante su viaje a Estados Unidos, puede que vaya incluso al programa de Johnny Carson.

 

 

 

 

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(ciudad de México 1984) Narrador. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y director de la revista Los suicidas.


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