Great expectations (segunda parte)

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Las empresas que reportaron en el segundo trimestre han mostrado resultados mejores de lo que se esperaba. Esto ocurre por tres razones. Primero, porque las expectativas eran muy modestas; segundo, porque las empresas han hecho fuertes recortes de gastos y, por último, porque la enorme incertidumbre a principios de año llevó a que muchas empresas se deshicieran de inventarios. Una vez pasada la tempestad, los fueron reconstituyendo en el segundo trimestre.

Pero si bien las utilidades crecieron, los ingresos de las empresas descendieron. Empresas como Honeywell, por ejemplo, reportaron un incremento en sus utilidades pero después de una reducción en sus ventas del 22%. Ese ha sido el caso típico. En el segundo semestre no continuará el proceso de rehacer inventarios, y los recortes de costos no podrán seguir, pues el riesgo es empezar a cortar demasiado cerca de huesos y órganos vitales.

Desafortunadamente, el alza en los precios de las acciones ha sido mucho más rápida de lo que podrá ser el crecimiento en la capacidad de las empresas para generar utilidades. Por ello, los múltiplos que se están pagando implican que se espera que las utilidades crezcan 40% en 2010. Con las perspectivas del empleo y del consumo, ese es un crecimiento poco probable.

La sostenibilidad del dinamismo chino puede ser inasequible. El estímulo fiscal ha pasado por inundar a la economía con un crédito equivalente a un tercio del PIB chino. Dar ese crédito no es difícil, cobrarlo presentará un reto más complejo. Lejos de decidirse a cambiar el rumbo, el gobierno chino tiene la esperanza de que una vez que el efecto del crédito se agote, el consumo estadounidense haya regresado.

El mundo necesita que los países que han generado enormes superávits comerciales –China, Japón, Alemania– empiecen a fomentar el consumo interno. Estados Unidos requiere transformar su economía para sustituir su énfasis en bienes no comerciables –es decir, servicios– por comerciables que se puedan exportar para suplir la caída en su propia demanda interna.

El desbalance entre superavitarios y deficitarios es insostenible. A China, sin embargo, parece darle miedo abandonar la estrategia que ha le funcionado: subvaluar artificialmente al renminbi, exportar bienes con poco valor agregado, generar empleo (aunque no sea bien pagado), y acumular enormes reservas que acabará prestándole a Estados Unidos, su principal cliente. Estados Unidos exportaría tecnología y bienes de capital que los chinos no pueden comprar sin antes dejar que su moneda se revalúe. Ese camino permitiría que las empresas chinas empiecen a producir bienes con mayor valor agregado, pagar mejores salarios a los trabajadores y así estimular el consumo interno. Como dice el economista David Rosenberg, para cambiar de dirección hay que bajar la velocidad, y eso parece aterrar a los chinos.

Como dije antes, el choque del desfibrilador echó a andar el débil corazón de la economía mundial, pero la causa del paro seguirá intacta mientras los desbalances persistan y no se reduzca el excesivo endeudamiento en los hogares y en el sector financiero estadounidense.

En algún momento, en lo que resta del año, regresará el realismo a las expectativas de los inversionistas. La cruda realidad y los hechos siempre tienen la mala costumbre de aguar la fiesta. ¿Habrá un catalizador específico? Ya veremos. Los candidatos parecen ser la crisis en el mercado de bienes raíces comerciales, el persistente deterioro de los activos bancarios, la tardía realización de los problemas que los bancos europeos siguen escondiendo, la quiebra de estados y municipios, el estratosférico incremento en impuestos que se requerirá para pagar por el despilfarro de Obama, una caída en la bolsa china que cotiza ya a más de 35 veces utilidades, un regreso de la epidemia de influenza en el otoño del hemisferio norte, un conflicto entre Irán e Israel, o algo que hoy ni siquiera hemos pensado.

¿Implicará eso una repentina caída en las bolsas? No necesariamente. Otra forma de ajustarse es mantenerse por mucho tiempo con pequeños altibajos, pero alrededor del nivel actual. ¿Pueden seguir subiendo? Sin duda. El mejor indicador de esto es que los mismos inversionistas que en marzo decidieron tomar la pérdida son quienes hoy están ansiosos por entrar en el nuevo rally, a pesar de la fortísima alza mostrada por las bolsas. En mi opinión, sin embargo, lo sensato es tomar utilidades, reducir la inversión en acciones –sin necesariamente salir del todo– y refugiarse por un rato en un deuda de alta calidad crediticia. De esta manera, el riesgo, si uno se equivoca, es mucho menor que en el caso de conservar la inversión, sufrir una nueva caída, y quedarse sin liquidez para participar en las oportunidades que la crisis presentará una vez que la recuperación del empleo esté a la vista.

Como dijo Sir John Templeton: los “bull markets” nacen en la desesperación, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y fenecen en la euforia. Como el vuelo del cohete de mi niñez, la vigorosa recuperación que los inversionistas esperan de la economía puede ser una garrafal decepción.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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