Perdedores neoyorquinos

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La mayor gracia que tuvo Paul Auster fue inventarse como personaje o, mejor dicho, escindirse de su personaje: es un Paul Auster el que escribe, otro el que se descubre escrito, otro más el que ha sido escrito para ser descubierto. Lo que hizo fue sacarle ventaja a una paradoja que existe para los actores que aceptan interpretarse a sí mismos en seriales televisivos y películas. Quedan transformados en personajes de ficción por la veleidad de su impostura, al fingirse ellos mismos. Lo que hizo Auster fue percatarse de esta anomalía y sacar partido de ella. Todavía hoy, Auster es el mejor personaje de sí mismo, sobre todo si lo hace por escrito. Desluce en la pantalla por muy Auster que sea.

Otro escritor neoyorquino que ha sabido inventarse como personaje es Jonathan Ames. Famoso, sobre todo, por la burla que hace de sí mismo en los relatos sobre sus desventuras amorosas, ha sabido traducir en humor sus propias experiencias para narrarlas en vivo frente a un público. Tuvo su primera oportunidad televisiva con en 2004, pero su programa (donde actuaría él miso) no pasó del piloto.

Pasó con Ames lo mismo que con Auster, lo mejor era no verlos representarse a sí mismos. Por eso sería después —con HBO y con Jason Schwartzman haciéndola de Ames— que se lanzaría Bored to Death: serie cómica de ánimo chandleriano sobre los casos en los que se ve involucrado Ames cuando se anuncia como detective privado, aunque no tiene licencia. Jason Schwartzman le confiere cierta aura de película de Wes Anderson a la serie, pero no hay que dejarse engañar: no hay una búsqueda de redención en Bored to Death. A lo mucho, ofrece distracciones para matar el tiempo.

Schwartzman sabe encogerse a la medida de su personaje, un bebedor compulsivo de vino blanco recién abandonado por su novia que sufre de bloqueo literario. Ames, conocido por la eficacia auto despreciativa de sus relatos, redime al perdedor y ofrece una moralidad ejemplar a partir de su tiempo muerto: una ética del fracaso.

Ames no es el único perdedor en esta serie. Zach Galifianakis representa a Ray Hueston, su mejor amigo, un dibujante de cómics con ínfulas de superhéroe; y Ted Danson hace de George Christopher, dueño de la revista donde trabaja Ames, quien no tiene nada mejor por hacer que seguirlo en sus correrías de detective improvisado. Ninguno tiene nada que ganar, se han rendido a la inercia que los mantiene en movimiento para sobrevivir al margen, resentidos por lo que se les exige dentro un medio donde toda novedad se convierte demasiado pronto en una gloria pasada. Se saben en una carrera para la que no tienen la resistencia que se necesita. No se trata tanto mantenerse a flote como de olvidarse, por un momento, que van a pique. Para eso se ayudan con el consumo de alcohol y mariguana.

Uno de los méritos del programa es que no sucede gran cosa. Por eso mismo, ha sufrido duras críticas. Acusan a Ames de ser autocomplaciente al hacer su retrato, víctima de la página en blanco, dispuesto a correr en pos de cualquier historia que pueda hacer suya. Pero no es mera complacencia. Se trata de una santidad negativa que asume para poder inventarse y, literalmente, poder pasar el rato de la mejor manera posible. Cualquier excusa es viable. No dejará de entusiasmarse con los avances que consiga con alguna dama en desgracia. La dama en cuestión siempre sabrá irse en el último momento.

Es muy posible que las más airadas críticas que ha provocado Bored to Death se deban a que exalta la vocación heroica del fracasado dentro de una economía que vive en recesión. Si en los personajes creados por Larry David y Jerry Seinfeld hace veinte años para su serie cómica (Seinfeld) se deja sentir el aura irremediable de los personajes kafkianos, Ames —como Auster antes que él— apela a los rituales mecanicistas que mantienen vivos a los personajes de Beckett. El Jonathan Ames que interpreta Schwartzmann se ha metido a detective para tener algo más en que pensar que no sea su pérdida amorosa y su bloqueo como escritor. Esa brecha entre el paladín quijotesco y la realidad que enfrenta no existe en sus aventuras. No hay delirio, no hay ironía en la situación: la única ventaja que tiene Ames es que reconoce flagrantemente su impostura en una realidad cotidiana que sobrevive en la negación.

Todo se decide en el ring

En la Nueva York de Bored to Death nadie quiere volverse a ver en que se han convertido. Corren despavoridos frente a lo posibilidad de que los pueda alcanzar tal anagnórisis. Su única esperanza es legitimar el engaño en el que viven. La afición real del Ames de carne y hueso por el boxeo le permitió hacer una alegoría de valores y retribuciones al confrontar en el ring de sus personajes con sus rivales para el último episodio de la serie.

Ted Danson va contra Oliver Platt, dueños de revistas rivales. Ames se enfrenta a Louis Green (John Hodgman), crítico literario que desdeña su única novela publicada. Y Hueston cumple como comparsa para enfrentarse con un ilustrador traído para cumplir con el multitasking que le exige ser parte de un proletariado cultural.

Hueston pierde el match, pero no importa: el haberse subido al ring es demostración suficiente de hombría para su esposa, que le promete sexo para esa noche después de una larga abstinencia. Danson se deja ganar por Platt por mera gentileza. No se trata tanto de demostrar que se es el mejor como de saberlo.

Ames, azuzado por los comentarios desdeñosos que le lanza Green, acaba por vencerlo. Con el golpe que lo remata le declara que el New York Times fue favorable a su libro. Esto es algo de lo que no estaba enterado el crítico literario, tendido sobre la lona, vencido por el autor que denuesta, acepta su error ante el criterio inapelable que tiene el periódico neoyorquino. Es el poder de la palabra. Legitimado como escritor, Ames corre a los brazos de una recién encontrada amante; ella, con un beso en la boca, le dice que esa noche tiene plan con unos amigos, que será mejor verse después. Ames le pregunta a Christopher si han aprendido algo de la experiencia. Christopher le dice que no, que a veces es mejor no enterarse de nada.

Esa última ironía resulta predecible en este catálogo de perdedores que se acerca demasiado a la realidad para serle cómodo a un espectador que se sabe lleno de compensaciones. Tal vez a sus ojos, Bored to Death le hace justicia literal a su título. ¿Quién puede estar interesado en una serie sobre escritores más allá de los escritores mismos? todos los que aspiran a ser reconocidos como tales algún día.

-Ricardo Pohlenz

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