Misoginia medieval y análisis político

Sobre la misoginia medieval exhibida por columnista que compara el proceso electoral en Estados Unidos con la menstruación.
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Diversos textos medievales sobre la fisiología femenina consideraban la menstruación como un fenómeno incapacitante para la mujer. El desprecio por lo femenino se expresaba en tratados ultrajantes que caracterizaban a la mujer como un animal y al flujo menstrual como materia venenosa. En ellos se leía que “del contacto con esta sangre menstrual, las frutas dejan de germinar, el mosto queda agrio, las plantas mueren, los árboles pierden sus frutos, el metal se corroe con la oxidación y los objetos de bronce se ennegrecen. Cualquier perro que la consume contrae rabia”.  

La columna de Carlos Mota publicada el 8 de noviembre en El Financiero remite a esa misoginia medieval de la anulación y la devaluación del intelecto femenino, a la idea de que a las mujeres, “en sus días” se les puede considerar menos eficientes, menos confiables, menos capaces, menos… menos.

En un intento de crear una analogía sobre la elección presidencial de Estados Unidos, el columnista consideró apropiado equiparar la emocionalidad de la contienda política con el síndrome premenstrual, asumiendo sin matices —y con base en información de un sitio web— que las mujeres abandonan la racionalidad durante su periodo para caracterizarse por rasgos como los cambios de humor, la depresión e incluso la ira y el odio contra sí mismas.

De esa manera denigrante, Mota explica que es la falta de juicio lo que hizo que millones de votantes dieran su apoyo a Donald Trump. 

En Historia de la misoginia, Bonnie Anderson, Esperança Bosch Fiol, Margarita Gili Planas y Victoria Ferrer Pérez explican que el síndrome premenstrual abarca hasta 150 síntomas diferentes, lo que habla de una ausencia de criterios generales para definirlo y dejan claro que los trastornos menstruales no son de carácter psicopatológico como para ser recogidos por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.

En resumen, estas cuatro autoras advierten que hoy en día existen algunas falsas creencias en torno a posibles factores debilitantes (tanto físicos como emocionales) para las mujeres, que no se corresponden con la realidad, y que favorecen que el estereotipo femenino clásico se perpetúe.

En el texto de Carlos Mota, el análisis claudica frente al prejuicio alimentado por la desinformación y la ignorancia sobre el otro. Sus nociones sobre la menstruación lo hacen insistir en que sus síntomas pueden llegar a ser tan graves como para impedir que las mujeres se desempeñen normalmente o incluso para llevarlas al suicidio. Su diagnóstico político de Estados Unidos es el mismo que nace de su discurso degradante sobre el género femenino: no se desempeña normalmente y podría suicidarse colectivamente.

La reacción de un grupo de lectores fue manifestar su indignación al presidente y director general de El Financiero por prestar sus páginas y auspiciar la difusión de mensajes llenos de misoginia, además de expresar preocupación por “el impacto que este discurso de odio tiene en la vida privada de muchas mujeres”.

Mario Vargas Llosa escribía hace algunos años sobre un periodismo miserable,  hijastro perverso de la cultura de la libertad, el cual es imposible suprimir sin herir a esta de muerte. “Como el remedio sería peor que la enfermedad —concluía—, hay que soportarlo, como soportan ciertos tumores sus víctimas”.

Carlos Mota es representante de ese periodismo, ejemplo de una gangrena que ha ido pudriendo el oficio. Como explican los y las firmantes de la carta, la de Mota es una columna en la que “consistentemente” se recurre a la provocación para generar lectoría y ganar notoriedad.

Los organismos internacionales en materia de derechos humanos coinciden en que la libertad de expresión debe proteger especialmente las expresiones que chocan, irritan, inquietan y pueden ser consideradas profundamente ofensivas por un sector de la población. Sin un Código de Ética que aporte claridad sobre los criterios editoriales del medio y sin un mecanismo de rendición de cuentas, lo normal es que las audiencias comiencen a alzar la voz y evidenciar, como se ha hecho esta semana, la falta de análisis crítico e informado, la insensatez supina y la misoginia lacerante. 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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