Kendrick Lamar, una propuesta fresca desde el mainstream

Al premiar DAMN. en su categoría de música, el Pulitzer no solo reconoce a un narrador hábil y a un músico dinámico, sino a una cultura, el hip hop, cuya influencia en todos los terrenos de la creación artística es innegable.
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El Premio Pulitzer es, tal vez, el premio de literatura más popular en los Estados Unidos. Lo que poco se sabe de él es que, entre sus veintiún categorías, tiene una de música. Esta es considerada, por muchos melómanos, críticos, académicos y músicos, como una fuente de propuestas frescas en un mundo que vivía de las listas del radio y que ahora subsiste de las reproducciones en cualquier streaming imaginable.

Este año, el jurado de la categoría de música premió un disco: “lanzado el 14 de abril del 2017, [que] es una virtuosa colección de canciones unificadas por su autenticidad vernácula y dinamismo rítmico que ofrecen viñetas que capturan la complejidad de la vida afroamericana moderna”. Pero nadie escuchó eso. Lo que todos escucharon fue que Kendrick Lamar, el emcee de 30 años que ha regresado a Compton al mapa, había ganado el Pulitzer por su disco DAMN.

Las críticas no se hicieron esperar. Entre ellas, fueron dos las que más se repitieron. La primera la manifestó Zachary Woolfe, editor de música del New York Times: “(El Premio Pulitzer) es ahora, oficialmente, una plataforma garantizada menos —que, sí, debería estar abierta a más géneros — para trabajos no comerciales”. Dicho señalamiento tiene lógica, de alguna manera, si se piensa al premio solo como un escaparate fuera de lo mainstream. Sin embargo, pensarlo así sería limitar su visión. El trabajo de Kendrick Lamar, y el mismo Woolfe no duda en señalarlo, es complejo y merece ser pensado más allá de las listas de los 40 principales. Ahí está, de hecho, uno de los aciertos del jurado de este año.

Pero la segunda crítica, la que se siente bajo los señalamientos en su contra, es que es hip hop, una cultura callejera que da voz a los más marginales entre los marginales. No solo en su origen, también en su actualidad. De ahí que estas, en su mayoría, cuando aparecen en redes sociales, lo hacen en cuentas de estadounidenses de raza blanca y con un historial de publicaciones racistas. Pero descartando este tipo de opiniones, también están las que provienen de músicos y compositores. Dichos señalamientos los detalla Alex Temple en una entrevista con Alyssa Rosenberg:

Ellos no han escuchado mucho hip-hop, han escuchado que es vulgar y simplista, y solo lo escuchan para confirmar lo que ya creen. He visto el impactante desprecio de gente que escucha a Kendrick por dos minutos, sin conocer ningún contexto cultural y artístico, oye algunas groserías y un tono enojado, y concluye que no vale la pena escuchar su música. No se estaban fijando en la sutileza de la producción, ni explorando la gran red de intertextualidad o reconociendo que Kendrick se coloca en el lugar de distintos personajes, a veces varios en la misma canción.  

De ahí viene la segunda queja en torno al premio: de alguien para quien la cultura hip hop es ajena. No es suficiente que domine el mercado musical e influya notablemente en el de la moda para entender cuáles son sus procesos y sus implicaciones para aquellos que la viven. La cultura hip hop es una forma de interactuar con el mundo que necesita ser vista desde sus propios mecanismos. Libros como Wish to live: the hip-hop feminism pedagogy reader o Hip-Hop Revolution: The Culture and Politics of Rap (Cultureamerica) y documentales como Hip Hop Evolution, Something from nothing: the art of rap o Somos lengua muestran el peso que tiene, para la comunidad específica que la vive, esta cultura. No buscar comprenderlo de una manera más amplia, como señala Temple, tiene que ver con prejuicios (raciales, económicos, culturales), no con lo que dicha cultura aporta a la creación musical actual.

Esto no sirve para que un jurado tome alguna decisión. Los criterios para discernir entre los candidatos deben ser plenamente musicales, no culturales ni de mercado. Sin embargo, fue la reciente influencia cultural y de mercado del hip hop, la cual ha derivado en una influencia musical, la que abrió la puerta. Así lo reconoció Dana Canedy, administradora y otrora ganadora, del Pulitzer.

[el jurado] estaba considerando una pieza musical con influencias de hip-hop y alguien dijo: “Si estamos considerando una pieza que tiene influencia de hip-hop, ¿por qué no estamos considerando al hip-hop?”. Y alguien dijo: “Es justo lo que deberíamos hacer.” Y luego alguien añadió: “Deberíamos pensar en Kendrick Lamar”. Y el grupo dijo: “Definitivamente”. Entonces escucharon todo el disco y decidieron: “Este es”. 

La influencia de los antecesores fue la llave, pero la parte fina del trabajo la hizo DAMN. Superó a su competencia por la complejidad musical de los beats y el uso de las palabras de Kung Fu Kenny. Fue este último aspecto el que más destacó el jurado. Eso y su capacidad narrativa. Esto último llama la atención porque el disco es, más que un despliegue de habilidad narrativa, un concepto. Construir discos que son conceptos es lo que ha hecho Lamar toda su carrera. good kid, m.A.A.d city piensa (no idealiza, no inventa) la ciudad de  Compton y qué es crecer, sobrevivir y sobresalir en ella. En To pimp a butterfly, la exploración se enfoca en la raza: qué es la negritud y cómo se vive en un país como Estados Unidos. Ambos trabajos realizan su exploración no solo por medio de las letras de Lamar, también por los beats (una renovación del sonido West Coast en el primero; jazz y blues en el segundo) y las colaboraciones (Dr. Dre aparece en good kid…; Rapsody en To pimp…).

DAMN. no se aleja de los discos anteriores, sino que amplía el interés antes mostrado. La pregunta central parece ser qué implica ser humano hoy, aquí y ahora. Basta con ver los títulos de las canciones (“LOVE.”, “DNA.”, “HUMBLE.”, por ejemplo) para ver la intención abarcadora. Sin embargo, las mayores virtudes del disco se muestran en dos canciones específicas: “FEAR.” y “DUCKWORTH.”. En la primera, que sintetiza el trabajo completo, vemos, al inicio, a una madre mostrando el miedo de un niño de siete años.

I beat yo ass if you walk in this house
With tears in your eyes, runnin’ from Poo Poo and Prentice
Go back outside, I beat yo ass, lil’ nigga
That homework better be finished, I beat yo ass
Your teachers better not be bitchin’ ’bout you in class 

Para después ver, de nuevo, al chico caminando por la m.A.A.d. city.

I’ll prolly die tryna buy weed at the apartments
I’ll prolly die tryna diffuse two homies arguin’
I’ll prolly die ’cause that’s what you do when you’re 17
All worries in a hurry, I wish I controlled things 

Y, al final, encontrarnos con Kendrick Lamar de frente, a sus 27 años, narrándose y desglosando, para nosotros, lo que DAMN. implica.

I’m talkin’ fear, fear of losin’ loyalty from pride
’Cause my DNA won’t let me involve in the light of God
I’m talkin’ fear, fear that my humbleness is gone
I’m talkin’ fear, fear that love ain’t livin’ here no more
I’m talkin’ fear, fear that it’s wickedness or weakness
Fear, whatever it is, both is distinctive 

Por otro lado, “DUCKWORTH.” es el ejemplo más destacado de la importancia que, a lo largo del disco, pone Lamar en la toma de decisiones. Y no hay mejor forma de hacerlo, de cerrar DAMN., que contando la historia de Anthony y Ducky.

Twenty years later, them same strangers, you make ’em meet again
Inside recording studios where they reapin’ their benefits
Then you start remindin’ them about that chicken incident
Whoever thought the greatest rapper would be from coincidence?
Because if Anthony killed Ducky, Top Dawg could be servin’ life
While I grew up without a father and die in a gunfight 

Es ahí donde vemos al narrador hábil no solo para construir ambiente y personajes, sino para “poner entraña” en el relato. Es esa una virtud que permea todo el disco.

Hablar de entraña, de algo vivo, en las narraciones de DAMN. no es gratuito. Es una de las características centrales de la música que ha formado la tradición del hip hop. Y se vuelve más relevante cuando en el mismo año que salió el trabajo galardonado vieron la luz Layla’s Wisdom (Rapsody), 4eva is a mighty long time (Big K.R.I.T.), All the beauty in this whole life (Brother Ali), No dope on Sundays (CyHi The Prynce), No news is good news (Phonte), Radio Silence (Talib Kweli), We got it from here… thank you 4 your service (A Tribe Called Quest), Imperious Rex (Sean Prince), Everybody (Logic) y 4:44 (Jay-Z). Cada uno de esos discos pudo haber ganado el Pulitzer, porque todos tienen una calidad cercana a la de DAMN.

Y porque el premio Pulitzer debió llegar a las manos del hip hop, una cultura que ha reclamado un lugar en la cultura popular y en la academia, hace mucho. Con Illmatic. O con It takes a nation of millions to hold us back. O por The Roots. Incluso debió llegarle en 2013 a Kendrick Lamar por To pimp a butterfly. Tarde, pues. Igual que con el jazz y el minimalismo. Pero llegó, y es lo importante. Y por eso una cultura completa está de fiesta. Porque el premio Pulitzer de música del 2018 tiene, entre paréntesis, a cada head que le deba la vida al hip hop. Y son muchos nombres para ponerlos en una placa. Por eso se pone el de un Maestro de Ceremonias, un emcee, que entrega su voz a los demás. Y qué mejor que sea uno tan grande como Kendrick Lamar.

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es escritor. En 2019 Textofilia publicó Se abren los caminos, su primera novela.


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