El Real Madrid deja que el Liverpool se inmole 

Donde los demás caen víctima de la presión o de sus limitaciones, el Madrid se crece. Esto lleva siendo así demasiados años para que sea una casualidad. Con todo, nos gustaría haber visto algo más el pasado sábado.
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En los días anteriores a la final de la Champions League se vendió –como es habitual y hasta cierto punto lógico-–una igualdad que no era tal en ningún caso. En una competición poco dada a las sorpresas extravagantes en sus partidos decisivos, la diferencia de palmarés reciente entre Real Madrid y Liverpool era enorme y hablaba a las claras del momento actual de cada equipo. La única baza a favor de los ingleses era quizá su capacidad de sufrimiento y su competitividad histórica; de hecho, probablemente siga siendo suya la última gran sorpresa en una final del torneo, cuando remontaron un 3-0 al Milán de Ancelotti y acabaron llevándose la copa en los penaltis gracias a un maravilloso Dudek.

En cualquier caso, se ve que eso es algo que pasa una vez cada mucho tiempo. Tanto que no estuvo ni siquiera cerca de repetirse trece años después. El Real Madrid se coronó campeón de Europa por cuarta vez en cinco años, que no es cualquier cosa: solo el propio Madrid de Di Stefano logró tantos títulos en tan pocos años, uno más, de hecho. Ni siquiera el todopoderoso Milan de Sacchi y Capello, con cinco finales en siete temporadas, logró sumar cuatro títulos. En cuanto al Ajax de Cruyff y el Bayern de Beckenbauer, desaparecieron del mapa nada más conseguir su tercer entorchado consecutivo.

Del hecho de que el Madrid es justo campeón de esta edición 2017/18 hablan sus victorias en casa del París Saint Germain, la Juventus y el Bayern de Munich. Habitualmente acusado de tener suerte en los sorteos –a más eliminatorias jugadas, más probabilidades hay de que en alguna te toque el Apoel de Chipre–, lo cierto es que el equipo de Zidane tuvo que asegurarse el pase a la final ante los que luego serían campeones de las ligas francesa, italiana y alemana. Al campeón de la liga inglesa, el Manchester City, ya lo había eliminado precisamente el Liverpool en cuartos.

Contrasta la voracidad europea del equipo blanco con su dejadez en las competiciones nacionales. En estos mismos cinco años, el Madrid ha ganado una liga y una copa en España. Nada más. Este año ni siquiera ha conseguido acabar segundo, superado por Barcelona y Atlético de Madrid. Se ve que, de manera premeditada o no, los objetivos primarios del club se comen a los secundarios hasta el exceso. No estamos en los ochenta ni en los noventa, cuando solo el campeón –o el segundo, como mucho– de cada campeonato se clasificaba para la máxima competición europea. Lo bueno de este nuevo formato, que es mucho, tolera estas relajaciones: solo en dos de las últimas siete Champions del Madrid ganó el equipo la liga del año anterior y solo en una –2016– consiguió ese mismo año el doblete.

Sea como fuere, el Madrid ha demostrado en sus dominios una superioridad insultante, sobre todo en lo psicológico. De esta Copa de Europa se recordará por supuesto el acierto de Cristiano en Turín o el de Bale en la final de Kiev, pero si el Madrid ha ganado ha sido por una cuestión de supervivencia, de cometer menos errores que su rival en cada ronda. Siempre se dice que para ganar un título así es necesario que la suerte te acompañe: así, el cabezazo de Ramos en el minuto 93 de Lisboa o el penalti fallado de Griezmann en la final de Milán. Ahora bien, lo de este año ha superado cualquier expectativa, aunque no tengo muy claro que sea justo llamar “suerte” a lo que no es sino una debilidad ajena.

En todas las fases de esta Champions League, cada vez que el Real Madrid ha tenido un problema, se lo ha solucionado algún jugador del equipo contrario con un error grosero. En octavos, perdiendo 0-1 el partido de ida y al borde del ataque de pánico, Lo Celso decidió agarrar sin sentido a Kroos dentro del área justo en el último minuto antes del descanso. En cuartos, fue Benatia en el que, con su torpe y ya archicomentada decisión de arrollar a Lucas Vázquez en el minuto 94 de partido, evitó una prórroga de desenlace incierto. En semifinales el turno fue para Ulreich, que no quiso ceder un libre indirecto al rival y acabó regalando un gol a puerta vacía… y es complicado analizar la final sin las dos acciones de Karius, asistente en el gol de Benzema y manojo de nervios en el segundo de Bale.

Donde los demás caen víctima de la presión o de sus limitaciones, el Madrid se crece. Esto lleva siendo así demasiados años para que sea una casualidad. Con todo, nos gustaría haber visto algo más el pasado sábado. Nos gustaría haber visto un partido en dos direcciones, como apuntaron los primeros minutos y no el monólogo que se vio a partir de la lesión de Salah en un forcejeo –dejémoslo así_ con Sergio Ramos. Por cierto, el capitán blanco dejó también para el recuerdo un codazo en la cabeza a Karius nada más empezar la segunda parte que no pintaba nada y que sin duda debería haberle costado la expulsión. Nadie lo vio porque era difícil de ver, pero la impunidad del central resulta sorprendente.

Sin Salah y consciente –quizá en exceso– de su inferioridad, el Liverpool se limitó a meterse atrás y confiar en los hados. Fue un suicidio porque al Madrid, en Europa, los hados le sonríen siempre. Y si no le sonríen, al menos le dejan en paz, lo que suele bastarle porque sus jugadores son mejores. Solo Mané, el extremo senegalés, quiso resistirse a la derrota con un gol a balón parado que dio paso a unos minutos de cierto envalentonamiento por parte de los ingleses, que volvieron a presionar y a incomodar hasta que la tijera de Bale les dejó otra vez los ánimos por los suelos.

Y es que el Madrid, tan frágil, tan remontable en competiciones locales, resulta un muro impenetrable cuando cruza las fronteras. En cuanto el galés marcó el 2-1, el Liverpool bajó los brazos por completo y solo hubo sitio para los contraataques blancos y la cómica acción del 3-1. Obviamente, el Madrid no va a ganar siempre pero cuesta ver el final de su reinado. Probablemente tenga que afrontar este verano algo parecido a una renovación si se cumplen las amenazas de Bale y de Cristiano de marcharse del club, pero recursos tiene la tesorería para fichar a jugadores de un nivel al menos semejante. Otra cosa es que, precisamente por eso, decidan irse a por el más caro, que puede acabar siendo el más desquiciante. En ese caso, se equivocarán. Si no tocan la esencia, es decir, el control y un punto de sentido común, que es la marca de Zidane, volverán a salir como favoritos a cualquier campo.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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